martes, 5 de mayo de 2020

Márgenes, 1: Platón y los poetas. Una lectura capciosa


Carlos García (Hamburg)
[carlos.garcia-hh@t-online.de]

Márgenes, 1:
Platón y los poetas. Una lectura capciosa

Si es cierto, como reza un antiguo dicho, que todas las personas son se­guidoras de Platón o de Aristóteles, yo me inscribo sin titubeos en la des­cen­dencia del segundo, pero no sin declarar que nada nos obli­ga a tomar partido en esa dicotomía proba­ble­mente falsa. Menciono mi preferencia personal, sin embargo, para que se mida la grata sopresa que el des­cu­brimiento del cual daré cuenta en esta breve glosa me proporcionó.
Al tratar sobre las relaciones entre Platón y la literatura, es insos­layable echar una mirada al comienzo del libro X de La Re­pú­blica. Según las inter­pretaciones al uso, Pla­tón acon­seja allí la ex­clu­sión de la poesía (y de la literatura) de la ciudad ideal.
Una mirada reposada al texto original o, en vista de nuestro “oportuno des-conocimiento del griego” (Borges dixit), a una versión más o menos fide­dig­na, muestra que Platón dijo algo ligera, pero decisiva­men­te distinto a lo que usualmente se le atribuye (traducción de José Antonio Míguez):
No ha de admitirse en modo alguno en la ciudad poesía de tipo imitativo. [...] [Las obras de los poetas trágicos] parecen constituir un insulto a la sen­­­satez de los que las oyen, cuando estos no poseen el antídoto con­ve­niente para ellas; esto es, el conocimiento de lo que en realidad son.[1]
De ese párrafo surge nítidamente, a mi entender, que es apre­­­surado y erróneo achacar a Platón el querer prohibir la poesía o la lite­ra­tura en ge­neral. Por un lado, porque del contexto surge que él abominaba sobre todo del teatro: es decir, de la tragedia y la comedia.
Por otro, y esto es lo principal, lo que Platón hace es, meramente, con­denar la litera­tura mimética, es decir, la cque per­mite al receptor con­fundir litera­tura y vida, sin darle los ele­men­tos para permitirle juzgarla des­de fuera, como obra de arte.
En cierto sentido, Platón aboga pues, para mi propia sorpresa, por una lite­­ratura des­hu­manizada, moderna (no caeremos en el basto error de hablar de posmodernismo), cerebral, vanguardística.
Platón, como los mejores entre nosotros, abominaba avant la lettre de las tele­no­velas, de Isabel Allende y de otras calami­dades más in­nombrables. Le hubie­ran gustado, in­fiero y propongo, los textos autoexpli­ca­tivos de Ma­ce­donio Fer­nán­dez, los oníricos de Felis­berto y, sobre todo, el teatro de Brecht...
(Hamburg, 2006 / 5-V-2020)
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[1] En la recreación / actualización de Alain Badiou, el pasaje se lee (traducido por María del Carmen Ro­dríguez: La Re­pública de Platón, XVI, “Poesía y pensamiento”): “Afirmo, sin tergiversar más, que los poemas mar­cados en exceso por el sello de la mi­mesis causan estragos considerables en la inteligencia formal de sus auditores si éstos no disponen del contraveneno, en especial, el saber de lo que esos poemas son real­mente, en su ser.”