Carlos Garcia (Hamburg)
Invitación a la lectura.
Reseña de: Bazar de esquirlas, por Ricardo Virtanen.
Sevilla: Renacimiento, 2019, 111 págs. (A la mínima, 21)
[Versiones abreviadas de este
texto aparecieron en https://www.zendalibros.com/bazar-de-esquirlas/, 21-I-2020,
y en http://www.solotempestad.com/, 30-III-2020.]
Para lograr
una definición precisa acerca de lo que es un aforismo, habría que escribir
muchos buenos, que asediaran su esencia desde diversos ángulos, o una larga y
densa monografía. Es como decía Agustín de Hipona a propósito del tiempo:
uno cree saber intuitivamente qué es un aforismo, pero la cosa se dificulta y
enreda al querer explicarlo.
Es, de
antiguo, uno de mis géneros favoritos. Leí de joven todos los clásicos, desde
los fragmentos presocráticos hasta los moralistas franceses, de Nietzsche a Lec,
de Lichtenberg a las greguerías ramonianas, de Canetti a Jules Renard, de
Antonio Porchia a Cioran. Practiqué su escritura (también, claro, como casi
todos, el oblicuo plagio), logrando, como cualquiera, algunos buenos.
Precisamente
la práctica del género, ya como lector, ya como autor, me ha llevado a adoptar,
entre tanto, una posición escéptica, por dos motivos:
Uno: en un
buen momento, cualquier persona inteligente y culta puede escribir aforismos.
Lo difícil, si acaso, es hacer de ello profesión, reincidir felizmente.
El otro, de
carácter gnoseológico: Un buen aforismo pretende proporcionarnos una vislumbre
inesperada y profunda sobre algún tema. Pero esa aprehensión es ilusoria y perecedera:
no se puede comprender de refilón ningún aspecto de la realidad de manera profunda,
y menos aún definitiva. El aforismo no ilumina verdaderamente aspectos del ser, solo suscita, apenas y por un
breve instante, la sensación de que
así fuera. Ya el próximo desvía nuestra atención hacia el siguiente tema, hacia
otro arrabal del alma o de las cosas.
“Suspension
of disbelief” (suspensión de la incredulidad) llamó Coleridge a la sabia
actitud del lector que interrumpe su postura crítica para poder disfrutar de la
literatura (se quedó corto: en realidad necesitamos ese mecanismo para poder
vivir.) Aplicada al proteico aforismo, esa máxima nos insta a entregarnos a
sus fugaces seducciones, como si los afeites fueran el verdadero cutis.
A estas melancólicas,
pero no desalentadas cavilaciones me lleva la lectura de cuatro volúmenes de
Ricardo Virtanen: Pompas y circunstancias
(2008), Laberinto de efectos (2014), El funambulista ciego y Bazar de esquirlas (ambos de 2019). Me concentraré en el último,
que apareció hace unos meses en una colección dedicada, admirablemente, al
género aforístico, y que incluye nombres tan impares como Vauvenargues,
Tagore, Pessoa, Rafael Barrett, Khalil Gibran y Oscar Wilde.
Una forma de
justicia es evaluar un libro por lo que el autor se ha propuesto hacer. Al
comienzo de Bazar de esquirlas
Virtanen ofrece, “a modo de introducción”, algunas reflexiones sobre el
género que viene practicando:
Mi concepto de esquirla no
quiere solo acercarse al tejido fragmentario, también se asemeja al aforismo
que prefiero: breve, poético, ingenioso, contundente.
[...]
Mis aforismos actuales
denotan cierta condición de desgajamiento, de meteorito deambulante, de
porción irreal, de esquirla sin cuándo ni porqué.
[...]
Así mis esquirlas, pese a su
brevísimo cuerpo, quieren indagar en aquello que la realidad no nos muestra en
una primera impresión.
Algunas
muestras, escogidas al azar, confirman esas convicciones:
El que desea emprende un
camino sin retorno.
¿La realidad encoge cuando
la pensamos?
Al dolor no le tiembla el
pulso.
O esta, que
parece proferida por algún inexistente dios, que abarcara los eones con su
mirada:
La eternidad dura un
instante. La vida, todavía menos.
A la entrada
del Infierno, Dante esculpió esta lapidaria y amenazadora frase: “Lasciate ogni
speranza, voi ch’entrate”. Menos iracundo, más cortés, Virtanen cierra
la introducción de su libro con la frase: “Pasen y vean, y después juzguen
si les atañe.”
(Hamburg,
6-I-2019)
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