Carlos García (Hamburg)
[Carlos.Garcia-HH@t-online.de]
Tableros. Revista Internacional de Arte,
Literatura y Crítica (1921-1922).
Edición de José María
Barrera López. Sevilla: Renacimiento, 2019.
[Reseña publicada en mi libro Ultraísmos
(1919-1924). Sevilla: Renacimiento, 2020, aquí con algunas ligeras
variaciones debidas al diferente contexto. Una versión del texto apareció también en la revista Iberoamericana 73, Berlín, marzo de 2020, 265-269]
Cuando de revistas del Ultraísmo y de la época
de preguerra se trata, es difícil hallar un mejor especialista que el
investigador, docente y catedrático José María Barrera López (Sevilla, 1955).
Es verdad que no se ha ocupado solo de revistas, sino también de varios
autores andaluces: publicó la obra poética de Rogelio Buendía, una monografía
sobre Pedro Garfias, el Epistolario y
artículos periodísticos del mismo, y dio a luz, recientemente, un libro de
Isaac del Vando-Villar (La sombrilla japonesa
y otros textos; véase mi comentario al mismo en mi libro Ultraísmos). Pero a las publicaciones
hemerográficas ultraístas dedicó Barrera algunos de sus mejores esfuerzos,
ya desde el temprano y útil compendio en dos volúmenes titulado El Ultraísmo de Sevilla (1987), donde
recogía una gran cantidad de artículos de la prensa de Sevilla y aledaños,
relacionados directa o indirectamente con el movimiento o con algunos de
sus miembros. Aparecieron, también a su cargo, meritorias reediciones
facsimilares de Grecia (precedida
por el estudio La revista Grecia y las primeras vanguardias), Reflector, Vltra (Madrid), Horizonte,
Mediodía, y ahora, por fin, la esperada
Tableros, cuya publicación se anunciaba
desde 2005...
Valió la pena esperar: el volumen recién
publicado por editorial Renacimiento es, desde el punto de vista estético y
tipográfico, un dechado de belleza y buen hacer. La impresionante portada se
sirve del motivo que ilustró el número 2 de la revista (cubierta del inefable
Barradas), pero lo supera en sobriedad, equilibrio y buen gusto: una de las
mejores portadas de la editorial, diseñada por el “Equipo Renacimiento”
(hubiera deseado poder felicitar con nombre y apellido a la persona que la
hizo): los colores escogidos combinan maravillosamente entre sí.
Los movimientos de vanguardia comienzan a
aletear en las revistas, en periódicos, en volantes. Es en esas
publicaciones pasajeras donde se va formando el perfil de un movimiento, donde
sus miembros se dan a conocer como grupo o como protagonistas, a veces mancomunados,
a veces en pugna por la preeminencia. Es sobre todo en las revistas desde
donde se disputa el territorio a otros movimientos, donde se define y afianza
el propio. El Ultraísmo suscitó una serie de publicaciones. En varias de
ellas participó Isaac del Vando-Villar: fue fundador, director y colaborador
de Grecia (1918-1920); a mediados de
1920 planeó con Guillermo de Torre una revista a llamarse Vórtice; a fines de ese año ayudó a Ciria
y Escalante y al mismo Torre en Reflector,
mientras estos se hallaban fuera de Madrid, y coronó su actividad revisteril
con Tableros: junto a Vltra de Madrid, el último y uno de los
más altos gritos del Ultraísmo (Horizonte
fue hecha por los ultraístas Pedro Garfias y José Rivas Panedas, pero con el
designio expreso de superar los postulados estéticos del movimiento).
Tableros es un producto indirecto de
la ruptura de Vando con Huidobro y con Cansinos (se conoce bien el caso del
primero; conjeturo que el enfado de Cansinos con él surgió por el mismo tema;
las fechas, al menos, coinciden). El cisma dio primero pie a Reflector (que originalmente iba a ser
una segunda época de Grecia, si bien
con Ciria como nuevo timonel), pero en algún momento se tornó evidente que esa
continuidad no sería posible, porque la antigua unidad del grupo se había
desintegrado (tal como demuestra, por ejemplo, la aparición de Centauro en Huelva, en la que tuvo
una participación preponderante Rogelio Buendía, cuyo fin expreso fue el de
reunir a ambas alas de la literatura del momento, sin lograrlo).
Vando ofició de factótum para hacer Reflector, pero de esa revista nunca
salió el segundo número, aunque se lo planeaba aún hacia febrero-marzo de
1921. Ello habrá impulsado a Vando-Villar a tomar la decisión de sacar Tableros, aparte de que su papel
protagónico se había eclipsado un poco tras el cierre de Grecia y Reflector y,
sobre todo, tras la aparición de Vltra.
Barrera López reconstruye en el “Prólogo” (pp.
11-48) la historia del devenir de Tableros
y las huellas que dejó en epistolarios de la época y en la historiografía
literaria. Su esclarecedor texto ayuda a situarse en la red de relaciones de
Vando-Villar, desde Adriano del Valle a Fernando Pessoa, pasando por Borges.
También, a sopesar la calidad y el alcance de Tableros.
Sin ánimo de disminuir los méritos de esa
introducción, me permito discrepar en dos puntos de las opiniones vertidas por
Barrera López:
Por un lado, descreo de que el comentario sobre
Vando-Villar aparecido 1922 sin firma en la revista porteña Nosotros haya sido escrito “casi con
toda seguridad” por Borges, según se postula en página 30: el estilo desmiente
rotundamente esa hipótesis. El autor habrá sido algún miembro de la
redacción, probablemente Roberto A. Ortelli, amigo de Borges, y quien poco más
tarde fundará Inicial. Sí es de
Borges el otro texto sin firma, aparecido en Proa y reproducido en página 31.
Por otro lado, mi disenso concierne la publicación
de un poema de Huidobro en Tableros
1: no creo que el chileno decidiera participar activamente en la revista (pág.
42); esa opinión no se compadece con un pasaje posterior (pág. 45), donde se
afirma que el poema “Cabellera” fue “sin duda tomado de Centauro”. Pero también esto es, a mi entender, incorrecto. La
publicación de ese poema en ambas revistas podría tener una fuente común:
el mismo Huidobro, pero de manera indirecta. Buendía lo visitó, con una carta
de recomendación de Vando, fechada el 11 de junio de 1920, mediante la cual
también solicitaba colaboración para Grecia.
Imagino que en esa misma ocasión o poco después Huidobro hizo llegar el poema a
Buendía y / o a Vando, quienes lo publicarán por su cuenta, cada uno en su
revista. (Me ocupo de ambos temas y fundamento mejor mi opinión en sendos
capítulos de Ultraísmos).
Por lo demás, Vando tenía mucho material
pendiente, que le había sido remitido, originalmente, para Grecia, o recopilado por él en vista a
la nonata Vórtice. Dos ejemplos:
Según mos-tré tiempo atrás y se confirma en Textos
recobrados, 1919-1929 de Borges, “Maurice Claude” es el seudónimo de Maurice
Abramowicz, el amigo ginebrino y corresponsal de Borges. En el capítulo [5] de
Ultraísmos mostré que traducciones
de Borges de textos confeccionados por “Claude” fueron remitidas a Grecia, donde no aparecieron. Algo
similar ocurre con una colaboración de Borges en Tableros. Cuando Vando publica allí el poema “Guardia roja”, este
ya había sido publicado en Vltra 5
(17-III-1921), en versión diferente. Conjeturo que la versión publicada en
último lugar fue, en realidad, la primigenia, mientras que la de Vltra fue la revisada.
Pero estas prolijas nimiedades en nada empañan
la labor de Barrera López, quien, tras el “Prólogo”, ofrece además dos
serviciales índices: uno de cada número de la revista y otro de los autores y
artistas que publicaron en ella.
Una rápida mirada al primer número permitirá
hacer algunas observaciones sobre Tableros
y sus colaboradores.
Lo primero que salta a la vista son las
ilustraciones de cubierta hechas por Barradas para todos los números, igual
que la guarda en cada primera página (adviértase, sin embargo, que en la del
número 4 desaparece, sin explicación, el sintagma “Plus Ultra” que había
figurado en los números previos); hay también alguna ilustración suya en las
primeras dos entregas. En el anuncio que de Tableros
hiciera Vltra 18 (10-XI-1922) se
afirma que Barradas sería uno de los directores de la nueva revista, pero ello
no consta en su membrete, que siempre menciona a Isaac del Vando-Villar como
tal, y a J. Gutiérez Gili como Secretario de Redacción (este contribuyó también
con sendos poemas en todos los números).
Lo segundo que resalta, es la profusión de
nombres de colaboradores que se mencionan en los primeros dos números. No
todos los listados en ese equipo internacional pasaron a letras de molde en Tableros, indicio, quizás, de que
originalmente se planeaban más números.
(En la confección de esa lista se percibe la influencia
de Guillermo de Torre, quien estaba relacionado con casi todas las personas
nombradas, ya fuese por haber comentado alguna obra suya, ya por mantener
correspondencia con ellas.)
“Maurice Clande” es un error tipográfico por
el arriba mencionado “Maurice Claude” (es decir, Abramowicz). Cansinos Assens
no colaboró, a pesar de que se anuncia su participación (lo cual ocasionó una
severa carta suya a la redacción, de reproche). William Wauer, de quien nada
aparece en Tableros, fue un escultor
alemán relacionado con Herwarth Walden y el grupo Der Sturm, y más tarde con la Bauhaus.
Sería interesante saber qué se hubiera publicado de él.
Tras la pululación de nombres, se asiste a la de
los anuncios de propaganda, fuente necesaria de ingresos para una publicación
de esta índole, que parece haberse agotado pronto.
Llama la atención que la revista carezca de una
declaración de principios (como tuvieran en 1920 Centauro y Reflector); a
cambio, una prosa de Luis Mosquera llamada “Tablero” inaugura el primer
número.
Tras esa prosa, prosigue Guillermo de Torre su
campaña informativa acerca del Dadaísmo francés, comenzada en Grecia y Cosmópolis. El poema “Concéntricas” de Antonio Espina es reproducido
a continuación: Espina y algunos ultraístas habían mantenido una breve disputa
en 1920, saldada amigablemente. El chileno Edwards (“Espiral”) ya había sido
colaborador de Grecia (y motivo del
primer encono de Huidobro hacia esa publicación). La prosa de Vando-Villar
(“Valentín el incendiario”) desentona con los títulos geométricos de tres de
las primeras cuatro colaboraciones, serie que se prolonga en “Emociones
espaciales”, rápido apunte de Antonio de Ignacios (hermano de Barradas). La
introducción sin firma a la traducción hecha por Ramón Carande de un poema del
ruso Valentín Parnaj puede haber sido realizada por Vando. Ya mencioné el
trasfondo de la publicación del poema de Borges titulado “Guardia roja”,
testimonio de su ocupación con el Expresionismo literario alemán y de sus
inquietudes políticas. La participación de Ramón (“La vela eterna”) en una
revista dirigida por Vando se había iniciado ya en Grecia: dada la disputa entre él y Cansinos por la precelencia vanguardística,
este fue muy probablemente el otro importante motivo para el distanciamiento
entre Cansinos y Vando. Comenté ya la aparición del poema de Huidobro; mutatits mutandis, lo mismo se aplica al
de Gerardo Diego.
El “G. de T.” que comenta varios “Libros
escogidos” es el infaltable Guillermo de Torre. La nota sin firma que precede a
su contribución se ocupa de la sociedad Talía (“El teatro nuevo en Italia”):
ignoro por qué medios se llegó a ese suelto; Vando es mencionado allí como
“Representante general en España” de esa sociedad. No es casual que ese breve
escolio desemboque en la primera reseña de Torre: Rompecabezas (1921), la pieza teatral escrita por Vando y Luis
Mosquera, en la que “Nancy” es un trasunto de Norah Borges, quien también
aportará grabados en números posteriores (entre ellos uno de sus mejores: el imponente
“Catedral” en el número 4, que retrata la Seu de Palma de Mallorca). Sobre el
libro siguiente comentado por Torre: Espejos,
de Chabás Martí, podría decirse que Vando lo recibió con gran retraso (hacia
1924), y que Torre conocía a su autor desde 1917 a más tardar, cuando ambos
formaron parte de la rama estudiantil de la Liga Antigermanófila (Chabás como
presidente, Torre como secretario). Con Eugenio d’Ors mantuvo Torre una
relación ambivalente, y una breve correspondencia, que publiqué con Pilar
García-Sedas. Más amplia y profunda fue su relación con Ortega, foco del
entusiasmo de toda una generación española, entusiasmo finalmente frustrado
por la falta de instinto político del “Espectador”. También la admiración que
Torre sentía por Ortega padeció un grave golpe, según surge de sus cartas y
escritos de la época (cuya edición preparo).
Un repaso análogo podría hacerse acerca de los
demás números; no faltarán oportunidad ni sitio para hacerlo. Aquí solo resta
constatar que, en suma, los lectores de 1921 asistieron a la irrupción en el
campo hemerográfico de un nuevo órgano que cumplía ejemplarmente su
objetivo: contenido variado, de gran actualidad, moderno, fluido, con algún
tinte posmodernista y de más o menos logrado humor (como en el relato de
Vando), con ilustraciones vibrantes: Tableros
es uno de los órganos que mejor representan el Ultraísmo.
Era necesaria esta reedición, realizada con
esmero por un especialista. Desde hace decenios, Barrera López viene trazando
el panorama cultural que se desarrolló hace un siglo en la región que abarca
desde Huelva hasta Osuna, pasando por Sevilla. Sin su incansable contribución
hubiera sido mucho más dificil escribir la historia del movimiento Ultraísta,
cuyo centenario se festejó en el 2019.[1]
.....
[1] Véase
el volumen El
Ultraísmo español y la vanguardia internacional, coordinado por José Luis Bernal Salgado y Antonio Sáez Delgado,
que contiene trabajos de de los editores, de José
María Barerra López, Carlos García, Gabriele Morelli, Julio Neira, Pablo Rojas
y otros especialistas. Madrid: Instituto Cervantes, 2020.
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