domingo, 12 de abril de 2020

Tableros. Revista Internacional de Arte, Literatura y Crítica (1921-1922).


Carlos García (Hamburg)
[Carlos.Garcia-HH@t-online.de]

Tableros. Revista Internacional de Arte, Literatura y Crítica (1921-1922).
Edición de José María Barrera López. Sevilla: Renacimiento, 2019.
[Reseña publicada en mi libro Ultraísmos (1919-1924). Sevilla: Renacimiento, 2020, aquí con algunas ligeras variaciones debidas al diferente contexto. Una versión del texto apareció también en la revista Iberoamericana 73, Berlín, marzo de 2020, 265-269]

Cuando de revistas del Ultraísmo y de la época de preguerra se trata, es difícil hallar un mejor especialista que el investigador, docente y catedrático José María Ba­rrera López (Sevilla, 1955). Es ver­dad que no se ha ocupado solo de revistas, sino también de varios autores andaluces: publicó la obra poética de Rogelio Buen­día, una monografía sobre Pedro Garfias, el Epistolario y artículos perio­dís­ticos del mismo, y dio a luz, recientemente, un libro de Isaac del Vando-Villar (La sombrilla japo­nesa y otros textos; véase mi comentario al mismo en mi libro Ultraís­mos). Pero a las publi­caciones hemero­grá­­ficas ul­traís­tas dedicó Barrera algunos de sus me­jores esfuer­zos, ya desde el tem­pra­no y útil com­pen­dio en dos volú­menes titulado El Ultraís­mo de Sevilla (1987), donde recogía una gran cantidad de artículos de la prensa de Sevilla y aledaños, relacio­na­dos directa o indi­rec­tamente con el movimiento o con algunos de sus miem­bros. Apa­re­cie­ron, tam­bién a su cargo, meritorias reedi­ciones facs­imilares de Grecia (precedida por el estudio La re­vista Grecia y las pri­meras van­guardias), Reflector, Vltra (Ma­drid), Hori­zonte, Me­dio­día, y ahora, por fin, la espe­ra­da Tableros, cuya publi­cación se anun­ciaba desde 2005...
Valió la pena esperar: el volumen recién publicado por edi­torial Rena­ci­miento es, desde el punto de vista estético y tipográfico, un dechado de belleza y buen hacer. La impresionante portada se sirve del motivo que ilustró el número 2 de la re­vista (cubierta del inefable Barra­das), pero lo supera en sobrie­dad, equilibrio y buen gusto: una de las mejores por­tadas de la editorial, diseñada por el “Equipo Rena­cimiento” (hubiera deseado poder felici­tar con nombre y apellido a la per­sona que la hizo): los colores esco­gidos combi­nan maravillosamente entre sí.
Los movimientos de vanguardia comienzan a aletear en las revistas, en perió­di­cos, en volan­tes. Es en esas publicaciones pasajeras donde se va formando el perfil de un movimiento, donde sus miembros se dan a conocer como grupo o co­mo protagonistas, a veces mancomu­­­nados, a veces en pugna por la preemi­nencia. Es sobre todo en las revistas desde donde se disputa el territorio a otros movi­mientos, donde se define y afianza el propio. El Ultraísmo suscitó una serie de pu­bli­­­caciones. En varias de ellas participó Isaac del Vando-Villar: fue fun­da­dor, director y cola­borador de Grecia (1918-1920); a me­diados de 1920 planeó con Guiller­mo de Torre una revista a lla­marse Vórtice; a fines de ese año ayudó a Ciria y Escalante y al mismo Torre en Reflector, mien­tras estos se hallaban fuera de Madrid, y coro­nó su actividad revisteril con Ta­bleros: junto a Vltra de Madrid, el último y uno de los más altos gritos del Ul­traísmo (Horizonte fue hecha por los ultraístas Pedro Garfias y José Rivas Pa­ne­das, pero con el designio expreso de superar los postulados estéticos del mo­vi­miento).
Tableros es un producto indirecto de la ruptura de Vando con Huidobro y con Cansinos (se conoce bien el caso del primero; conjeturo que el enfado de Can­sinos con él surgió por el mismo tema; las fechas, al menos, coinciden). El cisma dio primero pie a Reflector (que origi­nalmente iba a ser una segunda época de Grecia, si bien con Ciria como nuevo timo­nel), pero en algún momento se tornó evidente que esa continuidad no sería posible, porque la antigua unidad del gru­po se había desintegrado (tal como demuestra, por ejemplo, la aparición de Cen­tau­ro en Huel­va, en la que tuvo una participación preponderante Rogelio Buen­día, cuyo fin expreso fue el de reunir a ambas alas de la literatura del mo­mento, sin lograrlo).
Vando ofició de factótum para hacer Reflec­tor, pero de esa revista nunca salió el segundo nú­mero, aunque se lo planeaba aún hacia febrero-marzo de 1921. Ello habrá impulsado a Vando-Villar a tomar la decisión de sacar Ta­bleros, aparte de que su papel protagónico se había eclip­sado un poco tras el cierre de Grecia y Reflector y, sobre todo, tras la aparición de Vltra.
Barrera López reconstruye en el “Prólogo” (pp. 11-48) la historia del devenir de Tableros y las huellas que dejó en episto­la­rios de la época y en la historiografía literaria. Su esclarecedor texto ayuda a situarse en la red de relaciones de Vando-Villar, desde Adriano del Valle a Fer­nando Pessoa, pasando por Borges. También, a sopesar la calidad y el alcance de Tableros.
Sin ánimo de disminuir los méritos de esa introducción, me permito discrepar en dos puntos de las opiniones vertidas por Barrera López:
Por un lado, descreo de que el comentario sobre Vando-Villar aparecido 1922 sin firma en la re­­vista porteña Nosotros haya sido escrito “casi con toda seguridad” por Borges, según se pos­tula en página 30: el estilo desmiente rotundamente esa hi­pó­tesis. El autor habrá sido algún miem­bro de la redacción, probablemente Ro­berto A. Ortelli, amigo de Borges, y quien poco más tarde fundará Inicial. Sí es de Borges el otro texto sin firma, aparecido en Proa y repro­du­cido en página 31.
Por otro lado, mi disenso concierne la publicación de un poema de Huidobro en Tableros 1: no creo que el chileno decidiera participar activamente en la revista (pág. 42); esa opinión no se compadece con un pasaje posterior (pág. 45), donde se afirma que el poema Cabellera” fue “sin duda tomado de Centauro”. Pero tam­­bién esto es, a mi en­ten­der, incorrecto. La publi­ca­ción de ese poema en am­bas revistas podría tener una fuente co­mún: el mismo Huidobro, pero de ma­nera indirecta. Buendía lo visitó, con una carta de reco­men­da­ción de Vando, fechada el 11 de junio de 1920, mediante la cual también solicitaba colaboración para Grecia. Imagino que en esa misma ocasión o poco después Huidobro hizo llegar el poema a Buendía y / o a Vando, quienes lo publi­carán por su cuenta, cada uno en su revista. (Me ocupo de ambos temas y fun­da­mento mejor mi opinión en sendos capítulos de Ultraísmos).
Por lo demás, Vando tenía mucho material pendiente, que le había sido remitido, original­mente, para Grecia, o recopilado por él en vista a la nonata Vórtice. Dos ejemplos: Según mos-tré tiempo atrás y se confirma en Textos recobrados, 1919-1929 de Borges, “Maurice Claude” es el seudónimo de Mau­rice Abra­mowicz, el amigo ginebrino y corresponsal de Borges. En el capítulo [5] de Ultraísmos mostré que tra­ducciones de Borges de tex­tos confec­cionados por “Claude” fueron remitidas a Grecia, donde no apare­cie­ron. Algo similar ocurre con una colabo­ra­ción de Borges en Tableros. Cuan­do Vando publica allí el poema “Guardia roja”, este ya había sido publicado en Vltra 5 (17-III-1921), en versión diferente. Conjeturo que la versión pu­blicada en últi­mo lugar fue, en realidad, la primigenia, mientras que la de Vltra fue la re­visada.
Pero estas prolijas nimiedades en nada empañan la labor de Barrera López, quien, tras el “Prólogo”, ofrece además dos serviciales índices: uno de cada nú­mero de la revista y otro de los autores y artistas que publicaron en ella.
Una rápida mirada al primer número permitirá hacer algunas observaciones so­bre Tableros y sus colaboradores.
Lo primero que salta a la vista son las ilustraciones de cubierta hechas por Barra­das para todos los números, igual que la guarda en cada primera página (ad­viér­tase, sin embargo, que en la del número 4 desaparece, sin explicación, el sin­tag­ma “Plus Ultra” que había figurado en los nú­meros previos); hay también alguna ilustra­ción suya en las primeras dos entregas. En el anuncio que de Tableros hiciera Vltra 18 (10-XI-1922) se afirma que Barradas sería uno de los direc­tores de la nueva revista, pero ello no consta en su membrete, que siempre menciona a Isaac del Vando-Villar como tal, y a J. Gutiérez Gili como Secretario de Redacción (este contri­buyó tam­bién con sendos poemas en todos los números).
Lo segundo que resalta, es la profusión de nombres de colaboradores que se men­cionan en los primeros dos números. No todos los listados en ese equipo internacional pasaron a letras de molde en Ta­bleros, in­dicio, quizás, de que origi­nalmente se planeaban más números.
(En la confección de esa lista se percibe la in­fluencia de Guillermo de Torre, quien estaba rela­cionado con casi todas las personas nombradas, ya fuese por haber comentado alguna obra suya, ya por mantener correspondencia con ellas.)
“Maurice Clande” es un error tipo­­gráfico por el arriba mencionado “Maurice Claude” (es decir, Abramowicz). Can­si­nos Assens no colaboró, a pesar de que se anuncia su participación (lo cual ocasionó una severa carta suya a la redacción, de reproche). William Wauer, de quien nada aparece en Tableros, fue un escultor alemán rela­cionado con Herwarth Wal­­den y el grupo Der Sturm, y más tarde con la Bauhaus. Sería interesante saber qué se hubiera publicado de él.
Tras la pululación de nombres, se asiste a la de los anuncios de propaganda, fuen­te necesaria de ingresos para una publicación de esta índole, que parece haberse agotado pronto.
Llama la atención que la revista carezca de una declaración de principios (como tuvieran en 1920 Centauro y Reflector); a cam­bio, una prosa de Luis Mosquera llamada “Tablero” inaugura el primer número.
Tras esa prosa, prosigue Guillermo de Torre su campaña informativa acerca del Dadaísmo francés, comenzada en Grecia y Cosmópolis. El poema “Concéntricas” de Antonio Espina es repro­ducido a continuación: Espina y algunos ultraístas habían mantenido una breve disputa en 1920, saldada amigablemente. El chile­no Edwards (“Espiral”) ya había sido colaborador de Grecia (y motivo del primer encono de Huidobro hacia esa publicación). La prosa de Vando-Villar (“Valentín el incendiario”) desentona con los títulos geométricos de tres de las primeras cua­tro colaboraciones, serie que se prolonga en “Emociones espaciales”, rápido apunte de An­tonio de Ignacios (hermano de Barradas). La introducción sin firma a la traducción hecha por Ramón Carande de un poema del ruso Valentín Parnaj puede haber sido realizada por Vando. Ya mencioné el trasfondo de la publica­ción del poema de Borges titulado “Guardia roja”, testimonio de su ocupación con el Expresionismo literario alemán y de sus inquietudes políticas. La partici­pación de Ramón (“La vela eterna”) en una revista dirigida por Vando se había ini­ciado ya en Grecia: dada la disputa entre él y Cansinos por la precelencia van­guar­dística, este fue muy probablemente el otro importante motivo para el dis­tan­ciamiento entre Cansinos y Vando. Comenté ya la aparición del poema de Hui­dobro; mutatits mutandis, lo mismo se aplica al de Gerardo Diego.
El “G. de T.” que comenta varios “Libros escogidos” es el infaltable Guillermo de Torre. La nota sin firma que precede a su contribución se ocupa de la sociedad Talía (“El teatro nuevo en Italia”): ignoro por qué medios se llegó a ese suelto; Vando es mencionado allí como “Repre­sen­tante general en España” de esa sociedad. No es casual que ese breve escolio desemboque en la primera reseña de Torre: Rom­pe­ca­bezas (1921), la pieza teatral escrita por Vando y Luis Mosquera, en la que “Nancy” es un trasunto de Norah Borges, quien también aportará grabados en nú­meros posteriores (entre ellos uno de sus mejores: el imponente “Catedral” en el número 4, que retrata la Seu de Palma de Mallorca). Sobre el libro siguiente comentado por Torre: Espejos, de Chabás Martí, podría decirse que Vando lo recibió con gran retraso (hacia 1924), y que Torre conocía a su autor desde 1917 a más tardar, cuando ambos formaron parte de la rama estudiantil de la Liga Antiger­manófila (Chabás como presidente, Torre como secretario). Con Eugenio d’Ors mantuvo Torre una relación ambi­va­lente, y una breve corres­pon­dencia, que publiqué con Pilar García-Sedas. Más amplia y pro­funda fue su relación con Ortega, foco del entusias­mo de toda una generación española, entusiasmo final­mente frustrado por la falta de ins­tinto político del “Espectador”. También la admiración que Torre sentía por Or­tega padeció un grave golpe, según surge de sus cartas y escritos de la época (cuya edición preparo).
Un repaso análogo podría hacerse acerca de los demás números; no faltarán oportunidad ni sitio para hacerlo. Aquí solo resta constatar que, en suma, los lectores de 1921 asistieron a la irrup­ción en el campo heme­rográ­fico de un nue­vo órgano que cumplía ejemplarmente su objetivo: con­te­nido variado, de gran actualidad, moderno, fluido, con algún tinte posmo­der­nista y de más o menos logrado humor (como en el relato de Vando), con ilustraciones vibran­tes: Ta­bleros es uno de los órga­nos que mejor representan el Ultraísmo.
Era necesaria esta reedición, realizada con esmero por un especialista. Desde hace decenios, Barrera López viene trazando el pano­rama cultural que se desa­rrolló hace un siglo en la región que abarca desde Huelva hasta Osu­na, pasando por Sevilla. Sin su incansable contribución hubiera sido mucho más dificil escribir la historia del movi­miento Ultraísta, cuyo cen­tenario se festejó en el 2019.[1]
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[1] Véase el volumen El Ultraísmo español y la vanguardia internacional, coordinado por José Luis Bernal Salgado y Antonio Sáez Delgado, que contiene trabajos de de los editores, de José María Barerra López, Carlos García, Gabriele Morelli, Julio Neira, Pablo Rojas y otros espe­cia­listas. Madrid: Instituto Cervantes, 2020.


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